Mil cosas en la cabeza. Depositar cheques. Solicitar estados de cuentas. Regresar rápido para comer. Recordar qué depósitos van separados. etc etc etc. Todas aquellas cosas que generalmente evitó pensar, pero ¿defraudar al patrón? ¡Nunca! Hay que estar atento...
Conducir siete cuadras, con aire acondicionado e inclusive la radio, suele ser eterno, más hacia destinos incómodos. La radio solo ofrece propaganda gubernamental: diferentes acentos del país me piden que vote, los diputados intentan convencerme de que gano si hay más impuestos, los gobiernos estatales y municipales se arrastran para que confié en ellos, el presidente alardea que mil niños están desayunando una manzana y leche gracias a mí y los pinches magistrados proclaman su existencia. Apagar la radio es una opción, o cambiar de estación, pero confió en que después de la sesión de comerciales pueda venir una canción que me haga sonreír; y en efecto comienza una buena” rola”. Rola que no podré escuchar porque arribando estoy, he llegado a tierra prometida, a la meca, al HSBC.
Bajo algo encandilado, a pesar de portar lentes, y me deslizo con particular soltura a la entrada. Noto que el policía me hace un terrible gesto y contesto mirando retadoramente. “jajaja”, pienso, “pinche policía me la pela”. Miró por los “transparentes” cristales de la puerta y sí, todos mis miedos se realizan! Hoy es quincena y en 10 minutos cerrará el banco!
¿Como fue que encontré estacionamiento? ¿Como llegaron todos aquí? ¿El policía habrá notado mi desafiante mirada, a pesar de los lentes?
No importa...
Entro con actitud altanera y descubro que hay 2 clientes más première, “eso explica los pocos vehículos” chistoreteo conmigo mismo y me autoregaño por ser tan culero. Y heme ahí, parado detrás de dos sujetos, inerte, cumpliendo las reglas ya protocolarias de las filas. No hablo, pestañeo poco, me confinó en mí. Al igual que los demás.
Pienso en las demás personas, en quienes son, como llegaron aquí (de nuevo), les atribuyo personalidades y profesiones/oficios. Encuentro particular interés en quienes, dentro de su ensimismamiento, ven a las demás personas, ¿se preguntarán lo mismo que yo? ¿Qué pensaran de mí? ¿Acaso seré un mafioso para alguno de ellos? ¿Una estrella de rock? Un yupi cualquiera...
También me llama la atención el banco en sí. Nadie de los que trabaja aquí presta el más mínimo interés en los clientes. Somos fantasmas. Entes visibles, pero indeseables a la vista. Es más deseable ver el color rojo, lo hay por todas partes, distrae, cuando menos te das cuenta lo ves y recuerdas. Recuerdas aquellos días en la preparatoria, aquellos días de fiesta, todas las personas a las que ya no les hablas pero pasaron junto contigo los mejores días de tu vida. ¿Ahora que? No se viven los peores días, ahora ya nada mas se viven los días. Sin duda la etapa de “diversión de adulto-responsabilidad de niño” es la que marca nuestra vida, provoca melancolía...
¡TOC! ¡TOC! ¡TOC!
Alguien afuera golpea las puertas con violencia. Siento miedo, la violencia y los bancos no son buena combinación desde mi perspectiva. Volteo manteniendo la “altanería” a todo lo que da...
¡Puta madre, que vergüenza!- pienso
Adiós a la actitud altanera, ahora quiero pasar desapercibido; encojo los hombros, miro hacia afuera con fingida poca intensidad, volteo esporádicamente hacia la derecha o la izquierda o a donde sea...
Mi padre, mi patrón, continua golpeando la puerta y gritando con tremenda violencia al policía, al parecer quiere entrar. Veo mi reloj y falta un minuto para las 6, aún legitima hora para pasar. No soy el único consternado, los clientes chismorrean entre si y con miradas entre de miedo y asombro ven como el gerente del banco sale rápidamente a mediar el conflicto entre el “el señor justicia” y mi señor padre.
Al salir el gerente es invitado a consultar su reloj, argumento que inevitablemente pone a mi padre dentro del banco, sin titubeos ni perdida tiempo. Mientras tanto, el gerente continúa con la violencia inconclusa de mi padre hacia el policía...
Yo, algo apenado, recibo en la fila al patrón/padre y noto cierta tensión en el banco. Decenas de personas esperan en la fila desde hace ya tiempo y mi padre llega un minuto antes de que prohíban la entrada y pasa a las cajas antes que los demás, aunado al “gritadón” al gendarme. Siento malas vibras, de todos hacia nosotros. Que “mal viaje”, pienso.
Mi padre, sin bajar la voz, sin importarle si quiera que somos el foco de atención en el congal me dice:
“Olvidé darte esté deposito, es clave para el cierre de mes”. No respondo, solo asisto con la cabeza y hago mi trabajo en ventanilla: pasar cheques al cajero.
Todos los depósitos logran pasar y nuestra tarea en el banco pasa a la nulidad, es hora de irnos, pero no sin un enérgico saludo a cada uno de los trabajadores del banco. “Adiós José, Adiós Lupita, Adiós Martín, Adiós Juan, Adiós... Adiós... ¿Como te llamas?” Pregunta mi padre y sonrojada responde la ejecutiva: ¡Iris!. “Adiós VIRI!!”. No me sorprende, a mi suele llamarme Efraín.
Salimos y el policía ya no nos voltea a ver, hace como si no hubiéramos pasado. Mi padre me pide las llaves del coche y subimos, yo ahora de copiloto. Pienso en lo que sucedió, en lo incomodo que fue socialmente para los demás, cuando soy interrumpido por mi padre:
“¡Viste? ¡El pinche policía me la peló!”
(pienso, Mi jefe es chingón)